Traste


La teoría de la expresión que encontramos dentro del pensamiento teórico de E. H. Gombrich no se puede llegar a comprender del todo si no se tienen en cuenta las ideas sobre lo que el historiador del arte pensaba que era la percepción de dichas expresiones: cómo llegamos a percibirlas y por qué nos afectan y presentamos una reacción ante ellas. Es por eso conveniente, antes de entrar en la teoría de la expresión, que hagamos un repaso por esas ideas sobre percepción que presenta su legado teórico. En su teoría de la percepción encontramos una de las influencias más importantes que se da en el pensamiento de Gombrich: el método del ensayo y el error de Popper. Así, el mundo es un cosmos y los humanos tendemos a organizarlo para poder llegar a comprenderlo, mediante este método del ensayo y el error, que no sólo es aplicable a la ciencia en sí, sino también a cualquier experiencia de la vida que necesite del conocimiento.

 Una de las primeras teorías que encontramos es que no hay diferencia entre la percepción y el conocimiento, ambas cosas son lo mismo pues se realizan al instante, a la vez: al percibir una acción o una cosa inmediatamente estamos tomando conciencia de ello, estamos conociéndolo, sea lo que sea (Lorda, 1991). Pero esta acción de comprender exige una hipótesis previa; esta es una idea que en seguida captamos cuando estudiamos la obra de Gombrich, pues para él, en cualquier campo, siempre es fundamental la experiencia anterior, el conocimiento previo, la tradición, las convenciones, etc. No hay nada que aparezca porque sí, de la nada, sino que siempre ese "algo" está ahí, hasta que se encuentra (Lorda, 1991). 

Por lo tanto, cuando nosotros "vemos" lo que hacemos es formular, a partir de nuestra experiencia anterior, una hipótesis previa de qué puede ser, antes de asegurarnos mediante la mirada. Este método nuestro autor lo ha denominado "Asimetría Popperiana" (Lorda, 1991), y se basa en un procedimiento de conocimiento o percepción economizado, ya que asegura que es más fácil llegar a la conclusión de qué es algo mediante el descarte de aquello que no encaja, que por la confirmación de los puntos que se cumplen, que son más fáciles de encontrar.  

Aunque este método esté muy basado en el reconocimiento llevado a cabo por nuestros sentidos, y estos a veces fallan, pues se puede crear una ilusión o encontrar aquello que estamos menos acostumbrados a ver, debido a la extensa experiencia de percepción que acumulamos a lo largo de nuestra vida, nuestros sentidos son cada vez más certeros. Así somos capaces inmediatamente de captar las diferencias y aquello que nos resulta extraño, registrando en ese momento lo raro, que nos llama la atención; ese proceso lo hacemos a través de distinciones, de compararlo con lo que ya conocemos y siendo conscientes de las diferencias. A esto Gombrich lo denomina "categorización" (Lorda, 1991): las primeras categorizaciones son llevadas a cabo de manera inconsciente, por eso es tan necesaria la teoría de que todos tenemos ciertas ideas innatas, como defiende Gombrich; así nuestro intelecto lleva a cabo una hipótesis inmediata, que nos es necesaria para ordenar y comprender el mundo que observamos. Tras estas primeras categorizaciones, relacionadas con nuestras respuestas biológicas, el ser humano adulto presenta una complicada red de categorizaciones, y es esta red la que nos lleva de nuevo a esa idea de Gombrich de la necesidad de la experiencia anterior: cuando percibimos intentamos de primeras insertar lo que vemos en alguna de esas clases ya conocidas que están dentro de nuestra red, y esta es la idea básica alrededor de la cual desarrolla la obra Arte e Ilusión (Gombrich, 1960).

  Otro concepto clave es que esta categorización puede ser llevada a cabo gracias al lenguaje, que crea una necesaria forma de comunicación, mediante una serie de símbolos que nos son comunes a una gran mayoría y que hacen que las experiencias sean transmisibles y fácilmente recordadas. El lenguaje y los símbolos son, como nos dice Joaquín Lorda, "una visión del mundo compartida" (Lorda, 1991, p. 229). Sin embargo, el lenguaje tiene una función más elevada que la de expresar el mundo exterior, pues también necesitamos de él para expresar el interior. Para esta complicada y casi imposible tarea, el lenguaje presenta, pese a sus limitaciones, una salida frente a este problema gracias a su flexibilidad: la metáfora (Gombrich, 1963), que es quizás el concepto más importante de la percepción de la expresión para Gombrich. 

El funcionamiento de la metáfora se basa en que liga aquello que estamos percibiendo o que queremos expresar con una categoría de nuestra experiencia anterior. Además, Gombrich nos habla de las metáforas fisonómicas o patéticas, que son aquellas que tendemos a hacer mediante la relación entre un sentimiento y un fenómeno exterior, como cuando, por ejemplo, hablamos de un día triste cuando está lluvioso y nublado (Gombrich, 1960). Por otro lado, hay que hablar de la sinestesia, a la que Gombrich hace referencia en su artículo "De la representación a la expresión" (1960); la sinestesia nos demuestra la importancia vital que tiene para nuestra expresión la metáfora, pues no podemos hablar de cómo nos afecta un color sin recurrir a ella. 

Así pues, la metáfora sinestésica es aquella que permite expresar nuestras ideas interiores relacionando éstas con alguna sensación o experiencia del mundo exterior, por ejemplo, usamos una metáfora sinestésica cuando hablamos de que el color azul es "frío". Además, no debemos atender sólo a los parecidos entre elementos, sino a unos valores que encontramos en una escala, para lo que Gombrich utiliza el ejemplo de "ping" y "pong": si hablamos de un elefante y un ratón, todos sabemos a cuál le asignaríamos "ping" y a cuál "pong" (1960, pp. 314-315). Como rasgo típico de la teoría de Gombrich, encontramos también en estas ideas de la percepción la presencia de la cultura. Estas metáforas no sólo son relaciones entre un sentimiento interior y una sensación o elemento exterior que nosotros asociamos, sino que también provienen de las personas que nos rodean y que comparten ciertos valores por vivir en una misma cultura. 

Así, todo aquel que pase a ser miembro de una cultura también se tendrá que incorporar a ese lenguaje común para poder compartir esas referencias y comunicarse (Lorda, 1991) y además, puede también crear otras nuevas que se pasarán con el tiempo a ser parte de su cultura. El peligro de la metáfora es que puede ser convertida en mito, es decir, que llega un punto en el que se convierte en una convención y hemos llegado a creer que esas asociaciones creadas con el paso de los años son naturales. 


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